Has soñado con aceitunas. Has leído que pueden ser elípticas, verdes, moradas, negras, marrones.
Has leído que la aceituna "es lisa, con algunas depresiones; de textura suave, a veces rugosa"; todas cosas que ya sabías, después de todo, ¿cuántas veces has visto una aceituna?
Y has seguido leyendo: la carne de la aceituna es suave, jugosa, con un sabor entre salado y ligeramente amargo y a veces dulce.
Y el corazón, en cambio, es pequeño y duro.
Y el aroma de la aceituna es intenso, frutal, con notas de hierbas y especias. Todas cosas que ya sabías, ¿no?, ¿cuántas veces has comido una aceituna?

Has soñado con misiles. Has leído, también, que después de la caída de un misil persiste un olor a combustible quemado, como a gasolina y a diésel. Y que las telas quedan atravesadas por notas de plástico quemado y azufre. Y que la madera, el vidrio y el agua huelen a amoníaco.

Y aún sin haber visto nunca nada de esto,
has debido hacer del diario, un bollo.

Pero ese olor químico
aún se diluye
en la carne asada en el infierno
y en el sentido que llora;

y la conciencia se quiebra:
un hilo invisible comienza a urdirse,
como raíces
se expanden bajo el mundo.

Llega hasta tu ventana:
furioso,
efímero,
crudo,
nervioso,
silencioso.

Y no lo has visto
y no lo has vivido
y no lo has olido
y no lo has tocado
y ni siquiera lo has leído.

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