Madre, la comida china y yo tenemos un problema. Cuando menguó el mundo y las ruedas y la bicicleta y las voces y la casa, salí a buscar Comida China. Es decir: zapallitos y cebolla y huevo y croquetas de acelga y ensalada y papas y arvejas y lechuga y limón y lentejas y aceite y vinagre y huevo y pan casero y mate cocido y azúcar. Es decir, nadie vendía tu ingenio, el sentido del nombre de las cosas cuando se ocultan de la noche.
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Si me preguntan quién soy, por qué vuelo, a mí, que soy una rana diré que recé mojado a la noche de los árboles y al sol detrás para quedarme en la orilla. (Me confundí entre las rocas para ganar el pan con el sudor de mi veneno, protegí el ocio natural de mi existencia evitando escribir invierno, quieto, siempre quieto.) Diré que si soy presa, soy también la cacería; que soy el vuelo del halcón y que yo no soy mi muerte y que tampoco soy mi vida. Soy las cuatro garras en mi espalda, soy el punto de fuga de las cosas, soy la textura sutil del instante, libre, siempre libre y tan lleno de silencio.