Aprendí a dejar ir,

antes me aferraba;
quería tatuarme la luz,
el escalofrío sutil como una pluma
de la música hecha luciérnaga.

Quería capturar las flores que ahora flotan,
sus colores que no existen;
pero aprendí a dejarlas ir,
y a esperar…
para ver al instante definitivo,
al oscuro abismo,
perder ante mí;
por una sola palabra.

Aprendí a dejar ir
al instante invencible y eterno
que florece desde adentro,
contra la sombra silvestre de las cosas.





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