Y también en el silencio

 Una vez leí una frase que me salvó la vida, y allí no tuvo lugar ninguna palabra. Yo volví al trabajo sin haber almorzado, y en cuanto pude crucé al almacén por un alfajor, quizás un chocolate.


Al entrar me invadió un aroma y más aún el hambre. ¿Cuánto cuesta un plato de eso que está cocinando?.

Es sopa de maní, ¿quiere almorzar con nostros?.

<<Lo invito>>, me dijo esa señora de piel curtida y ojos vidriosos y cansados.

Cualquiera puede tragarse la vida sin respirar y no darse cuenta, un ejercicio al que algunos aspiran; eventualmente uno puede dejarse llevar por esa muerte unos días, unos meses, algunos años.

Pero ese día probé por primera vez la sopa de maní. Y leí —como pocas veces—aquello que cabe en un simple gesto, y en el vapor y en el pan y en los ojos. Y también en el silencio.

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