Sobre Personas Decentes, de Leonardo Padura
Por las tardes ya no hay mucho que hacer, todo está en su lugar: el piso limpio, la ropa doblada, los libros ordenados. Es casi todo sobre lo que decido. Después sólo queda una quietud insoportable que viene de allá afuera, yo le devuelvo un gesto simple pero eficaz. Y abro el ventanal un poco, para que ingrese una corriente de aire fresco, un movimiento invencible; ruidos y ladridos que ahora vienen de La Habana. Quizás unas cuadras me separen de una discusión en La Dulce Vida, ahí donde el Mario Conde (de Padura) dice algo perfecto y cuestionable; yo escucho, para mí es fundamental. Un gesto simple, cotidiano, permanente; inundado de un aire que sopla de hojas palpables de olores propios. Un gesto que se repite, una respuesta a la quietud que me llega de allá afuera, un movimiento. Eso es libertad, quizás una mayor que sólo arrastrar mis propios pies.
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